miércoles, 10 de abril de 2013

Los gilipollas: una teoría

Durante su última actuación en París, el rapero Kanye West proclamó:
“Soy Picasso. Soy Miguel Ángel. Soy Basquiat. Soy Walt Disney. Soy Steve Jobs”.

No, asegura Aaron James, lo que eres es un gilipollas, uno de los que se engaña a sí mismo, pero gilipollas al fin y al cabo. Aaron James es profesor en la Universidad de Irvine, donde enseña filosofía y es el autor de Assholes, a Theory, un libro en el que ha establecido una taxonomía de esta especie hoy tan abundante.
James encaja a West dentro la categoría Delusional asshole porque es alguien equivocado sobre su grandeza. “Puede que sea un artista con mucho talento, pero piensa que Dios le asfaltó el camino. Se ve como alguien extraordinario, un artista para la historia. Posee una concepción muy grandiosa de sí mismo, a partir de la cual se siente legitimado para hacer toda clase de cosas, como tratar mal a los demás”.
El profesor de filosofía encuentra en la historia del arte muchos de estos empleos. Entre ellos, gente como Miles Davis o Picasso, que creían que su talento les situaba por encima de los mortales en todos los aspectos y que por tanto, las reglas de la convivencia que eran válidas para los demás no lo eran para ellos.
En Assholes, a Theory, James define a los gilipollas como “esa clase de tipos que se creen autorizados para gozar de ventajas especiales en la vida cooperativa a partir de un sentido de la legitimación que les inmuniza contra las quejas de los demás. Y en tanto están inmunizados sienten que no tienen que respetar a los demás”.
Estas personas se saltan los límites de la convivencia, al igual que pueden hacer los delincuentes, pero la diferencia estriba en que ellos no tienen ninguna sensación de estar haciendo algo ilegal o inmoral. Pueden saltarse una cola, no pagar impuestos o pisar el cuello a los demás, pero siempre con la sensación de que tienen todo el derecho a ello porque son especiales, justificándolo porque son genios, porque ocupan un lugar destacado en la sociedad o porque los poderosos nunca han rendido cuentas. Lo que les distingue como assholes, advierte James, es esa certeza sobre la moralidad de sus actos. No se están saltando las normas, simplemente están actuando como les corresponde.
La igualdad es insultante
Desde esa perspectiva, la misma idea de igualdad, el hecho de que alguien pueda estar a su altura, resulta insultante para los gilipollas. No todos podemos estar al mismo nivel (en cuanto a capacidad intelectual, recursos económicos, poder social, etc.) y eso autoriza a personas como ellos a hacer lo que quieran. Dado que están en el estrato superior, no deben someterse a ningún tipo de límite. Esta clase de personas nunca reconocerán a los demás más que mirándolas desde lo alto: contemplan las quejas de los otros o sus demandas de reconocimiento, con desdén. No se mueven en el mismo plano.
Eso sí, la mayor parte de estos imbéciles suelen ser hombres, quizá porque, explica James, están socializados en culturas que les empujan hacia actitudes más insensibles. “Cuando actúan de este modo solemos decir que ‘los hombres son así’, pero cuando lo hace las mujeres lo entendemos fuera de lugar y las reprendemos. No creo que haya nada en la naturaleza biológica de los varones que nos lleve a comportarnos como unos gilipollas. También las mujeres pueden serlo, pero como culturalmente es más difícil, es menos probable que se las apañen para comportarse como tales”.
Se trata de un comportamiento especialmente útil cuando se quiere ascender en la escala social, apunta James, en tanto quienes quieren conseguir estatus, dinero o poder este tipo de comportamientos generan réditos en ese sentido. Quienes se vean sujetos a la compañía obligada de uno de estos seres deben, según James, afirmar sus derechos y no dejarse avasallar. Debemos tener claro, asegura el filósofo, que tenemos derecho a ser tratados como iguales, y por tanto a ser oídos, y no deberíamos ceder a las pretensiones del asshole. Eso sí, es más fácil decirlo que hacerlo, porque suelen ser tipos cuyas reacciones son difíciles de manejar.
No podemos intentar cambiar a esta clase de gente, avisa James, porque no lo conseguiremos. Debemos intentar evitarlos, en primer lugar, y si no es posible, fijar claramente los términos de nuestra relación con ellos y no movernos de ahí. Si es necesario, habrá que enfrentarse a ellos y, en el conflicto, buscar el reconocimiento de terceros. James entiende que estos gilipollas están cerca de lo que la psicología tiende a calificar como desórdenes narcisistas de personalidad, pero que no es exactamente lo mismo. Lo que sí parece evidente, dice James, es que los gilipollas existen y están cada vez más de moda.