sábado, 12 de octubre de 2013

Huellas de agua en un asteroide sugieren la existencia de exoplanetas habitables

Gracias a las observaciones del telescopio espacial Hubble y el gran telescopio Keck de Hawái, científicos británicos y alemanes han analizado el polvo y los escombros que rodean a la enana blanca GD61, un remanente estelar situado a 170 años luz de distancia de la Tierra.

Los resultados, que publica esta semana la revista Science, revelan que los restos detectados son rocosos –con elementos como el hierro, silicio, magnesio o aluminio– y que contienen un exceso de oxígeno.

Esta firma química informa de que el material perteneció alguna vez a un cuerpo más grande originalmente compuesto por un 26% de agua. Esta cantidad es comparable a la que tienen algunos asteroides del cinturón principal en nuestro sistema solar. Por comparar, la Tierra solo tiene un 0,023% de agua.

“Estamos absolutamente seguros de que este oxígeno procede del agua, ya que conocemos bien este proceso químico en otras partes del universo, y con una probabilidad muy alta se trata de agua”,
explica a SINC el autor principal, Jay Farihi, astrónomo de la Universidad de Cambridge (Reino Unido).

Pudo visitarnos
Ya se había confirmado la presencia de agua fuera de nuestro sistema solar, por ejemplo en la atmósfera de planetas gigantes gaseosos, pero ahora se trata de la primera vez que se encuentra en cuerpos rocosos o restos de asteroide, por lo que es de gran interés para entender la formación y evolución de exoplanetas propicios para la vida.

“Lo más excitante de estos resultados es que hemos visto algo que podría haber ocurrido en nuestro sistema solar”,
dice Farihi.
“El hallazgo de agua en un asteroide de gran tamaño –unos 90 km de diámetro– implica que existen ‘bloques de construcción’ para formar exoplanetas habitables”.

En este caso los ‘bloques’ se han encontrado alrededor de GD61 pero, según los investigadores, podrían existir en torno a estrellas madre similares en otras partes del universo.

El estudio sugiere que el agua puede sobrevivir –posiblemente debajo de la superficie de un planeta– a las altas temperaturas que se generan en la evolución de una estrella como el Sol hacia las enanas blancas, y que quizá GD61 pudo haber tenido planetas como la Tierra orbitándola en el pasado.