viernes, 24 de enero de 2014

La barba: su lado oscuro

La barba y el bigote se han convertido en la seña de identidad de los que se dicen modernos o aspiran a serlo. La perturbadora devoción por lo vintage, tan de moda en el ecosistema hipster, ha hecho procrear hordas de barbudos que muestran altivos y galantes su vello facial. No son hippies ni tampoco perroflautas. Menos aún homeless sin refinación ni higiene. ¿Metrosexuales? Nunca (WTF, nos responderían ellos).
La barba ha vuelto como ornamento cool, pero para simbolizar la hombría decimonónica y… la supremacía blanca. Sí, al menos en EEUU ese es su origen histórico, que a la postre es de donde se ha importado la moda hipster, cuyo primer mandamiento no es otro que
“te dejarás barba, y cuanto más poblada y pretendidamente descuidada mejor, cual viejo lobo de mar”.
Eso sí, de peluquería, y no de las baratas del barrio.

Aunque en el siglo XX la barba se puso de moda entre los movimientos de izquierda y los ambientes obreros o sindicalistas, sus orígenes decimonónicos se asientan en una filosofía un tanto contrapuesta: el rechazo a los negros en EEUU. Los afroamericanos copaban por aquel entonces el floreciente negocio de las barberías, lo que comenzó a reportarles independencia, influencia en las comunidades y un estatus económico que muchos norteamericanos no estaban dispuestos a tolerar. Eran los albores de la Guerra de Secesión.

Boicot a los barberos negros
El
“carácter racial de la barba”,
como se ha referido a este fenómeno el escritor e historiador especializado en estudios culturales Sean Trainor, se hizo patente en medio del polvorín guerracivilista, como rechazo a las ansias de libertad de los esclavos y negros. En el momento en que dejaron de ser trabajadores de segunda sin aspiraciones ni esperanzas, meros encargados de mantener rasurados a los “señores”, para acercarse a la idea de empresario, el boicot comenzó a ser evidente. No podía permitirse que prosperasen sus negocios, pues a la par favorecía su influencia social y política, según defiende el historiador norteamericano en el capítulo con el que contribuye a la obra colectiva Children and Youth During the Civil War Era (New York University Press).

Las amenazas contra el orden social establecido comenzaban a acumularse. Sin ir más lejos, 13 de los 45 delegados que participaron en la convención afroamericana celebrada en Ohio en el año 1852 eran barberos. Si a este creciente poder se le unen las teorías raciales tan en boga por aquel entonces, y que coincidían en definir a la raza negra como tendente a la violencia, la conclusión era clara:
“eran los mejor preparados para dirigir una insurrección”,
apunta el historiador.

La única alternativa era afeitarse en casa, pero eso heriría el ego de los adinerados supremacistas. Entonces comenzaron a multiplicarse las barberías regidas por blancos. Si en 1850 apenas representaban el 20% del empresariado, diez años después ya eran la práctica totalidad. Aún sin moros en la costa, lo más comprometido con la causa era dejarse barba. Fue entonces cuando se convirtió en un símbolo racial, añade Trainor.

El símbolo de la “raza conquistadora”…
Los cánones estéticos comenzaron a cambiar entonces, inspirados más por las connotaciones políticas que por la imagen en sí misma. El aspecto asalvajado de los grandes conquistadores coloniales cotizaba al alza. Además, no estaba bien visto utilizar una herramienta que del dominio de los esclavos y negros como era la navaja de afeitar. Poco a poco, las barbas fueron haciéndose cada vez más raudas y largas, con las mismas reglas de estilo de las que ahora se ha apropiado la hipstermanía.

No todo ocurrió al azar. Incluso se realizaron campañas propagandísticas que relacionaban la barba con un símbolo de la supremacía blanca. El diario Daily Evening Transcript lanzó en 1856 una serie de 21 artículos donde los racistas escritores ‘probarba’ se explayaban para defender esta moda, que representaba el
“ideal de resistencia”,
así como de
“dominio de los blancos sobre las razas inferiores”.

De entre todos los articulistas ‘probarba’ que comenzaron a salir de debajo de las piedras destaca sobremanera uno firmado con el pseudónimo ‘Lady on berards’ y publicado en 1856 en el New York Tribune. En sus líneas se proclama la
“raza de los barbudos”,
que no es más que un sinónimo de la aclamada
“raza conquistadora”.
Un apunte histórico que seguramente desconocían los artífices de la 'revolución de los barbudos', comandada justo un siglo después en Sierra Maestra por el decrépito Fidel Castro.

… y de los reaccionarios contra los derechos de las mujeres

La historiadora de la Universidad de Berkely Sarah Gold McBride, especializada en estudios de género, afirma que la barba también tuvo fuertes connotaciones sexistas durante esta época. Concretamente, se puso de moda como
“respuesta al movimiento por los derechos de la mujer, expresado en la Seneca Falls Convention”.
Frente a la petición del voto femenino, de la presentación a las elecciones, afiliarse o asistir a reuniones políticas, nada mejor que dejarse barba.

Una vez más, la barba como respuesta a las amenazas del orden establecido. La aproximación histórica a la que nos remiten historiadores como Trainor o Mcbride, deja claro que el vello facial era la bandera de los reaccionarios de la época. Unas connotaciones que se hoy en día se mantienen en el islamismo, entre cuyos practicantes la barba forma parte de la Sunnah.

Posiblemente, esta peculiar historia de la barba no es la que más le gustaría escuchar a un barbudo hipster, férreo defensor de la estética retro, aunque no por sus connotaciones políticas, sino pintorescas. Sin embargo, el saber no ocupa lugar y la estética siempre ha sido una parte consustancial de las ideologías.
“La estética y la ideología están mucho más relacionadas de lo que parece”,
como concluye la ensayista Patrycia Centeno en Política y Moda (Península). El Príncipe Felipe ya ha dado el paso. En los actos de celebración de la Pascua Militar lo hemos visto afeitado.