lunes, 27 de enero de 2014

Un matemático crea el 'algoritmo del amor' y encuentra su media naranja en internet

¿Hay magia en el amor? La primera respuesta que nos viene a la cabeza es, sí, por supuesto. Pero... ¿qué hay de mágico y qué de práctico en una relación? Esta reflexión se la hizo sin duda Chris McKinlay, un matemático de la Universidad de California que todavía estaba mascando los sinsabores de una ruptura. Ya se sabe, la incomprensión de ver cómo algo se viene súbitamente abajo cuando todas las variables apuntaban a que la cosa iba bien. Cómo asimila eso un hombre de números.
Pero no se vino abajo, al menos no del todo. Nuestro hombre se puso manos a la obra para encontrar pareja, y no una cualquiera, quería dar con el amor de su vida. No era un adonis, pero era resultón y, sin duda, una persona con un innegable talento. Su vida había sido hasta ahora un va y viene entre Nueva York y Las Vegas como jugador profesional de Black Jack, gracias a su capacidad de cálculo, en un atípico trabajo que le reportó unos notables ingresos. Y también sabía chino, con lo que trabajó en sus horas libres como traductor. Pero ahora ya parecía que había estabilizado un poco su trepidante vida y quería conocer a ese alguien tan especial.

¿Cómo encuentra pareja un joven de Los Ángeles que pasa el día entero frente a la pantalla de un ordenador? Una web de citas parecía la solución más acertada. Nuestro matemático viajero se abrió un perfil en OkCupid y contestó con sinceridad a la batería de preguntas que el sistema le requería ¿Para qué? Para dar con un perfil acorde a sus respuestas.

Un complejo algoritmo
Dicho de otra manera: un algoritmo cotejaría lo contestado con las respuestas de las miles de mujeres inscritas en el mismo servicio. ¿Sencillo? No tanto. Esta web pondera las respuestas según la importancia asignada por cada uno, de tal manera que para una persona "no fumar" puede ser algo trivial, pero otra no soporta el olor a tabaco y la puntúa como fundamental. Y el fumador queda fuera. Con la emoción del primer impulso, nuestro despeinado don Juan pulsó enviar convencido de que su chica estaría ahí, al otro lado, dispuesta a contestar.

Pero pasaron horas, días y semanas, y apenas tenía visitas en su perfil, y lo que es peor, casi ningún mensaje. Su entrada en el mundo de los romances 2.0 fue catastrófica: apenas seis citas que no tuvieron continuación y la sensación de que era un don nadie invisible en una ciudad con cerca de dos millones de mujeres en edad de encontrar pareja.

Y tampoco es que hubiera muchos matemáticos sobrados de talento que hablaran chino y fueran tan simpáticos. Algo fallaba. Este genio desaliñado y con una mente esculpida a golpe de cálculos sospechó que el algoritmo no filtraba convenientemente los resultados y había sepultado su perfil en un insondable pozo sin fondo. Así era completamente imposible ligar. Pero... Un momento, si de algo sabía este intrépido científico era de números.

¿Por qué no analizar la situación desde un punto de vista científico y resolver este dilema utilizando su propia munición? Dicho y hecho. No sería por tiempo. Su trabajo le obligaba a pasar horas muertas frente a la pantalla esperando a que el ordenador terminara procesos, tiempo que podría aprovechar para resolver su nuevo reto.

Doce perfiles diferentes
Manos a la obra. Creó hasta doce perfiles diferentes con el único objetivo de recabar información. Sus cuentas falsas funcionaban a modo de bots que enviarían información de vuelta para averiguar qué diantres sucedía ahí. Tras varios días de trabajo y un concienzudo análisis, nuestro romántico científico creó una matriz en la que representaba gráficamente y por grupos los perfiles de chica que le encajaban: que si hippies con estudios, que si artistas... Tras confeccionarla, mandó de nuevo a sus bots en misión exploratoria y ¡eureka!

Su sistema funcionaba e iba colocando a las nuevas candidatas en los diferentes grupos. Matemáticas 1 - Romanticismo 0.
Pero lo siguiente era vestir el muñeco: creó dos perfiles de sí mismo potenciando en cada uno diferentes atributos de su persona, sin mentir, claro está. Y en un abrir y cerrar de ojos, este joven había pasado de ser un mediocre solterón sin ambiciones a un interesantísimo matemático con mucho mundo encima y que hablaba chino.

Los mensajes no tardaron en llegar, y con ellos, las citas. Decenas de ellas. La mayoría terminaban en saco roto con lo que nuestro hombre volvió a recurrir a los datos para afinar aún más el tiro: su target era mucho menor y con ello logró mayor eficacia en las citas. Ahora lograba una segunda y hasta una tercera, pero su media naranja seguía sin aparecer. Se había citado ya con 87 chicas en tiempo récord pero ninguna había prendido la mecha.

Empezaba a darlo por perdido cuando de repente apareció: mensaje de una tal Christine de 28 años que buscaba chicos de ojos claros y relacionados con la UCLA. Aquello sí era puntería. Se vieron al día siguiente y amigo, el corazón de McKinley se deshizo como un hielo en el desierto. Amor a primera vista, flechazo absoluto y caos inevitable en un corazón adiestrado para los números y el rigor.

Pero lo mejor estaba por llegar: Christine confesó a nuestro enamorado que ella también había engañado al sistema hasta dar con él. Aquello era sintonía. Las citas se sucedieron hasta que un día, el genio de los números sorprendió a su chica con un anillo del calibre de su nómina: "Sí, quiero". Romanticismo 1 - Matemáticas 0. Y de calle.