El ser humano es un
océano desconocido cuyas profundidades son insondables. Especialmente, si se
trata de una persona del sexo opuesto, o al menos eso se desprende de las
habituales quejas de hombres y mujeres en lo que respecta al
comportamiento de sus parejas.
Multitud de estudios, encuestas, investigaciones y otro tipo de
procedimientos se han preguntado por lo que realmente quiere cada uno de los
sexos. Muchas veces, estos deseos no se manifiestan más que de manera
inconsciente, ya que una cosa es lo que se dice y otra lo que realmente se
persigue en una relación. No porque seamos personas traicioneras que obtengamos
placer de confundir a nuestra pareja, sino porque ni siquiera nosotros mismos
podemos conocer en profundidad lo que en un futuro perseguiremos en esa persona
que nos acompaña. Es en ese momento cuando lo que al principio parecía hacer
irresistible a esa persona la convierte en un ser con el que es imposible
hacerse entender.
Una divertida investigación realizada el pasado año señalaba que todo lo
que desea un hombre puede averiguarse con un simple vistazo a sus ojos. En
concreto, el estudio realizado por los psicólogos de la Universidad de Lincoln,
en el Reino Unido, afirmaba que las motivaciones sexuales de una persona pueden
descubrirse simplemente por el mero análisis de la manera que tiene de mirar a
una mujer. ¿Sorprendente? Quizá no tanto, pero desde luego, sí es superficial,
en cuanto que sólo aborda la parte sexual del asunto. Y el hombre, aunque
muchas no lo crean, tiene también otro tipo de necesidades.
Una encuesta realizada
en la Universidad de Pittsburgh proporciona unos datos bastante significativos
sobre la evolución de los deseos masculinos a lo largo de las últimas décadas.
Utilizando las respuestas de una investigación semejante realizada en 1939,
justo antes de la Segunda Guerra Mundial, los responsables se encontraron con
los siguientes resultados, que no sólo dan buena idea de cómo ha evolucionado
los proyectos vitales del hombre de Occidente, sino también el rol que el
hombre juega en las relaciones de pareja.
Atracción mutua y amor
Puede parecer redundante
que en un listado de lo que el hombre busca en una relación el amor se
encuentre en primer lugar, pero quizá no debamos darlo por hecho, ya que en
1939, el puesto de honor estaba ocupado por el “carácter fiable”
de la
compañera femenina. Este radical cambio nos señala la mayor importancia que el
hombre contemporáneo da a su vida privada (en la que lo que importa es la
atracción y lo sentimental) frente a la pública (la reputación de la pareja en
su entorno inmediato). Por supuesto, el auge de los divorcios ha hecho que la
perspectiva cambie sensiblemente en lo que concierne a las infidelidades. Si en
un pasado estas eran una vergüenza que debían ocultarse por todos los medios,
ahora, se trata de una posibilidad no tan descabellada en la vida en pareja.
Educación e inteligencia.
De encontrarse en el
puesto número 11 en 1939 a escalar al cuarto más de media centuria más tarde.
La mujer florero ya no es deseada por los hombres, o tan sólo por un pequeño
porcentaje de ellos. Los investigadores explican cómo, antes de 1900, tres
cuartos de las mujeres con una carrera universitaria morían solteras. Una
estadística que, más de un siglo más tarde, no tiene ningún sentido, ya que la
alta educación no sólo no es percibida como algo negativo, propio de bichos
raros, sino que es valorado de forma cada vez más positiva.
Estabilidad emocional y
madurez.
En setenta años, esta
característica ha descendido del segundo puesto al tercero, por lo que no hay
una gran variabilidad. Si bien está probada la atracción que las mujeres
pasionales ocasionan en los hombres, a la hora de establecer una relación en el
largo plazo, la madurez es una cualidad esencial cuando aparecen esos
inevitables baches que toda pareja debe afrontar.
Sociabilidad.
Otro de esos puntos que
quizá no hablen tanto de los deseos de los hombres como del cambio en el papel
de la mujer. En el pasado, el dominio del sexo femenino era ante todo, puertas
hacia dentro. Ahora, su mayor presencia en reuniones sociales y encuentros con
amigos, compañeros de trabajo o familiares, así como su salida al mercado
laboral, ha provocado que esta cualidad escale puestos. Si en el pasado, muchos
hombres querían una mujer del hogar dedicada a los hijos, la cocina y, en
definitiva, el mantenimiento de la casa, ahora lo importante es poder compartir
actividades públicas.
Atractivo físico.
La brutal escalada en la
lista de esta característica, que ha pasado de la posición número doce a la
ocho en todo este tiempo, quizá no diga tanto de nuestra frivolidad a la hora
de escoger pareja como a la desaparición de ese tabú que impedía aceptar en
público que nos interesan las mujeres guapas y sugerentes. Desde luego, negar
que este factor juega un cierto papel en la elección de compañera, por pequeño
que sea, es mentir. A los seres humanos nos siguen entrando las cosas por los
ojos.
Buenas expectativas
financieras.
Como bien sabe Disney,
lo importante es lo de dentro. Lo de dentro de la cartera, concretamente. Si en
1939 este punto era valorado de forma poco importante, el discurso social de
las últimas décadas lo ha colocado en una posición muy superior. No tan sólo
por el proceso de independencia de la mujer y ante la posibilidad de un
divorcio que obligue a mantener económicamente a la antigua pareja, sino
también porque el funcionamiento de la familia ha cambiado y si en un pasado
era plausible que el hombre fuese el único que trabajase mientras la mujer se
quedaba en casa, esta situación es casi una quimera hoy en día.
¿Qué han dejado de
desear los hombres?
Si estas dos encuestas
muestran cuáles son las cualidades que resultan cada vez más valoradas, también
hace lo propio con aquellas que tenían una gran importancia en el pasado y
ahora han pasado a un segundo plano. En barrena se encuentra, por
ejemplo, la castidad, aquella virtud tan decimonónica, pero que en pleno
siglo XXI nadie espera en sus potenciales parejas. En una línea semejante se
encuentra compartir las creencias religiosas, que sólo resultan clave para
pequeños sectores de la población, o el “refinamiento”, muy relacionado con los
comportamientos sociales que se esperaban de una dama y que ahora casi no
tienen ninguna relevancia.
La cualidad que,
precisamente, ha experimentado un mayor descenso en la escala (del puesto
número ocho al trece) es
“ser una buena cocinera
y un buen ama de casa”,
que como hemos visto, se
corresponde con concepciones anticuadas de lo que debe saber hacer una buena
mujer. O, simplemente, quizá se trate de la tendencia opuesta a la de los
hombres que preferían las mujeres guapas, y hoy por hoy sea demasiado
políticamente incorrecto reconocer que la buena esposa es la buena ama de casa.