Cuando Henry Kamen presentó hace dos
años su obra Poder y Gloria. Los héroes de la España Imperial (Ed.
Espasa) se quejó de que en este país, por culpa de la falta de consenso a la
hora de interpretar la Historia, se
le ha negado a los héroes
“un papel reconocible”.
Cierto
es que nuestras referencias más importantes del pasado se nutren sólo de mitos,
como El Cid, y algunos
grandes marinos como Colón, Elcano o Magallanes (portugués al servicio de la Corona de España),
pero nuestras lagunas, ¿se deben a una politización del pasado o, simple y
llanamente, al olvido en un país poco interesado en su propia cultura?
El almirante Blas de Lezo es el autor de
la gesta militar española más importante de toda la Historia. Al menos,
cuantitativamente. Derrotó en
Cartagena de Indias a una flota británica cuya magnitud no volvió a verse
surcando los mares hasta el desembarco de Normandía. No encontrará
el lector biografías publicadas de este marino hasta el presente siglo. En
Cartagena tiene una estatua, numerosas calles en Andalucía, el País Vasco,
Canarias y la Comunidad Valenciana, pero en Madrid, la capital del Reino, no ha
sido hasta 2010 que se le ha dado su nombre a una avenida. En Vicálvaro y por
una iniciativa popular, una recogida de firmas.
En
el boletín del Ayuntamiento en el que se anunció la medida también se otorgaban
calles a personajes como Mario
Moreno ‘Cantinflas’, Enrique
Urquijo de Los
Secretos,Imperio Argentina,
Jesús de Polanco y hasta Coco Chanel, un variopinto saco de nombres que no deja de ser irónico y representativo del
olvido en el que había caído el militar
“de heroísmo inverosímil”,
como dijo
refiriéndose a él José María de
Areilza, ex ministro de Exteriores en el marco de las celebraciones de
1992.
No obstante, hace un
mes, se ha acordado de él Fernando
Savater en El País. Y de su elogioso artículo se hizo
eco también Esperanza
Aguirre días después. El filósofo se sonreía, a la luz de la
ferocidad en la batalla de Blas de Lezo, de que nadie se atrevería hoy día a
“decirle a la cara a este vasco aguerrido que no era español”.
Y la ex presidenta de
la Comunidad de Madrid le felicitaba por sus palabras en un artículo
titulado El orgullo de ser españoles. Aquí está el ejemplo
paradigmático de cómo digerimos la Historia. U olvido, o instrumentalización
política. No caben estadios intermedios. Ahora sólo faltaría un telefilm sobre
el almirante, atento a su biografía sentimental, para completar el círculo.
La ideologización de
la historia
Guillermo López, profesor
de Periodismo de la Universidad de Valencia, relaciona esta dinámica con la
tendencia natural de los medios de comunicación a explicar la actualidad
acomodando la Historia a su orientación ideológica, y no al revés:
“La Historia es muy
importante para forzar conciencias, por eso en los medios masivos aparece para,
básicamente, tirarse los trastos a la cabeza. En nuestro país los ejes están muy claros y diferenciados, son
izquierda/derecha o separatismo/unionismo, pero en general la prensa no
es muy consciente de la perspectiva histórica que adopta para estudiar las
cosas”.
El ejemplo más
evidente para este profesor es el de la Guerra Civil Española:
“En los últimos
veinte años ha ocurrido un hecho muy significativo, los historiadores han
conseguido por fin contar las víctimas de la contienda, pueblo a pueblo, es un
hito muy importante porque encima es información objetiva, pero no ha tenido un
reflejo en los medios de comunicación, que han estado pendientes de la
interpretación política del contexto, sumidos en polémicas que no han creado
los historiadores. De hecho, con
esta clara instrumentalización, los periodistas han llegado a arrinconar a los
profesionales de la Historia. César
Vidal, un habitual de estos temas, por ejemplo, no publica porque
sea un historiador, sino porque antes se ha destacado como periodista”.
De esta manera, los
soldados españoles que participaron en la toma de París en la II Guerra Mundial
o las gestas militares de la División Azul, si no son temas tabú, su
consideración sí que está circunscrita al ámbito ideológico. El consenso hay
que encontrarlo en casos como el del diplomático franquista Ángel Sanz Briz, también prácticamente
desconocido entre los españoles hasta que el presidente de Hungría, Arpad Gonzc, colocara una placa
en su honor en Budapest. Después llegó un artículo en la revista
especializada La Aventura de la Historia a finales de los 90,
cuando se imprimió un sello de correos donde aparecía, una biografía de Diego Carcedo en 2005 y un telefilm de
Televisión española en 2011 protagonizado por Francis Lorenzo. A su gesta, salvar judíos de las garras de Hitler por su
cuenta y riesgo, nadie le pone peros ni interpretaciones interesadas, no
como a otros hechos protagonizados por españoles en aquel periodo.
Las historias ocultas
de la Guerra Civil
Esta falta de de
consenso tal vez explique el hecho de que los personajes relevantes o héroes olvidados de nuestra Historia aparezcan
presentados en trabajos realizados ex profeso. A menudo, como meras
listas de nombres. Al hilo de la Guerra Civil, destaca, por ejemplo, el
libro Católicos del bando rojo (Styria) del investigador y
periodista Daniel Arasa. En
sus páginas encontramos la historia del general Antonio Escobar Huerta.
El que terminara
siendo Jefe del Ejército de Extremadura de la República mantuvo intacta la
profesión de su fe durante los años de la guerra. La sublevación le sorprendió en Barcelona y se encontró luchando en el
mismo bando que los anarquistas de la FAI que despreciaban y perseguían sus
creencias. Ni renegó de ellas ni las ocultó. Escondió monjas en su
casa y, tras curarse de las heridas que sufrió en la Batalla de Madrid, le hizo
a Azaña una petición insólita: poder viajar a Lourdes a dar gracias a la
Virgen. La tendencia a denunciar el anticlericalismo de su bando ha conseguido
ocultar la existencia de personajes de su perfil.
O como en el caso
de Manuel de Irujo,
ministro de Justicia de la República durante un tramo de la guerra, que evitó
persecuciones de religiosos firmando una orden que sancionaba las acusaciones
falsas y las denuncias por ser sacerdote, además de luchar para restaurar el
culto en la zona controlada por el Gobierno republicano. Otro personaje con una
reputación cortada por el mismo patrón, que no encaja en los prejuicios que nos
dictan los medios, que tienden a alimentarse de una polarización esquemática.
Y no será porque
falten ejemplos de esta clase de libros. Héroes de los dos bandos (Temas
de Hoy) de Fernando Berlín, versa
sobre lo mismo aunque desde un punto de vista popular. Uno de los relatos que
recopila es el de un jugador del Real Madrid, Juan Marrero Pérez ‘Hilario’, que intercedió por prisioneros
republicanos en La Coruña ante piquetes encargados de dar el paseíllo. Pero
la animosidad que sigue desatando la tragedia de nuestra guerra entierra el
recuerdo de esta clase de personajes.
Héroes ajenos al
público general
Es curioso, porque
sobre otros periodos históricos también encontramos la misma presentación para
recordar la existencia de individuos dignos de idolatría que permanecen en el
anonimato. Es el caso de Héroes españoles de la A a la Z (Ciudadela
Libros) de José Javier Esparza.
Entre sus páginas encontramos al navarro Jerónimo de Ayanz y Beaumont, pionero del diseño de máquinas de
vapor ¡en el siglo XVII !, Santiago
de Liniers, que rechazó a los ingleses en Buenos Aires y Montevideo. O
el comandante Carlos Palanca, al
mando de las operaciones en Vietnam para la toma de Saigon en 1859. Son
biografías, con gestas repartidas por todo el planeta, que conocen bien los
aficionados a la Historia, pero que para el público general, que sería lógico
que hubiera crecido escuchándolas, le resultan completamente ajenas.
Capítulo aparte
merecen las mujeres. En la aludida recopilación de Esparza aparecen varias,
como Mencía Calderón, la
exploradora que llevó a América el primer grupo de mujeres españolas. O Inés de Suárez, que
participó en la conquista de Chile en el siglo XVI. Pero para encontrar papeles
destacados de mujeres en la Historia de España también, otra vez, hay que recurrir a obras recopilatorias antes
que a los manuales.
Sobre la Guerra de la
Independencia contra los franceses, uno de los sucesos históricos donde las
mujeres tuvieron una participación más activa, está el trabajo de Elena Fernández Mujeres en la
guerra de la Independencia (Sílex Ediciones). Al margen de las
ineludibles Manuela Malasaña,
Clara del Rey o Agustina
de Aragón, esta investigadora ha reunido a partir de las
declaraciones de testigos para la concesión de pensiones de guerra las
actuaciones de otras mujeres contra los franceses en citas de heroísmo
colectivo como el levantamiento del II de Mayo en Madrid o los Sitios de
Zaragoza.
Así conocemos a María Sandoval, que
“hizo esfuerzo en la
defensa como el hombre más varonil”,
Ramona García,
quien
“arrebató el sable a
un oficial, le golpeó e hirió con el”,
o la noble María de la Consolación Azlor que
en Zaragoza arengó a las tropas desmoralizadas, disparó con fusil desde las
barricadas, organizó una compañía de mujeres y convirtió su palacio en un
hospital de sangre; y son sólo algunos ejemplos dignos de un guión de Hollywood
de los que ha logrado compilar.
Más allá de la guerra
De todas
formas, no todo el valor se
demuestra en hazañas bélicas. Gloria Ángeles Franco, profesora de Historia Moderna en la
Universidad Complutense de Madrid, destaca hechos heroicos en otros ámbitos
que, desde nuestra perspectiva actual, puede que hayan tenido aún más
relevancia que actuaciones temerarias en la guerra. Preguntada por una mujer
relevante que permanezca en el olvido, cita a la condesa de Montijo, María Francisca de Sales Portocarrero y
Guzmán:
“Era una mujer de la
aristocracia que me llamó la atención porque, aunque perteneciera a la gran
nobleza y tuviera sus ocupaciones y problemas, fue una persona que estuvo muy
comprometida con su época, que estuvo muy interesada por los problemas que
tenía el país. Podríamos
considerarla, desde nuestra óptica actual, como una activista. En su
caso, quiso participar en las asociaciones patrióticas que en la segunda mitad
del siglo XVIII buscaban la felicidad y el bien general. Y le costó mucho
hacerlo, los hombres se opusieron, temían que con una mujer metida su labor se
convirtiera en algo frívolo. Pero finalmente ella consiguió, junto a otras
trece mujeres, entrar en la Junta de damas de honor y mérito, adscrita a la
Sociedad Matritense. Desde allí trabajó, con una personalidad enérgica y
brillante, por la educación de las mujeres o mejorando la situación de las que
se encontraban presas. Sus trabajos en las cárceles hoy podrían ser
considerados como políticas de reinserción -cambió las condiciones de
alimentación y las higiénicas, acabó con el hacinamiento-, y sirvieron de
modelo para otras asociaciones similares en otras provincias españolas. También
reformó la Inclusa de Madrid para acabar con los terribles niveles de
mortalidad infantil. Había una nodriza para cada siete niños y ella lo cambió
por iniciativa particular suya. Fue, en definitiva, una mujer con una
proyección social interesantísima y comprometida con su tiempo”.
Heroínas de la
Sanidad y la Educación. Unos derechos que han vuelto a reivindicarse actualmente
y de los que ignoramos quiénes fueron sus precursores y a qué tuvieron que
enfrentarse.
Otro profesor, esta
vez de la Universidad Autónoma, Javier
Villalba, también elude subrayar la importancia de un personaje por su
ardor guerrero. En su campo, la Historia Medieval, cree que debería ser más
recordado Ruy González de
Clavijo :
“Fue el embajador de Enrique III de Castilla en la
corte de Tamerlán. Para la época de la que se trata se le conoce muy poco.
Llevar una embajada para entrar en contacto con ese Imperio es un hecho muy
extraordinario. Las relaciones
internacionales en la Edad Media son algo muy desconocido, pero el
interés del rey castellano por entrar en contacto con Oriente Próximo demuestra
una gran visión, es un factor decisivo, sobre todo de lo que iba a suceder en
el futuro”.
En nuestra Historia
hay personajes encomiables, en todos los ámbitos, y repartidos por todo el
globo, y sin embargo parece que sólo
los precisamos para nuestras diminutas pugnas ideológicas en lugar
de servirnos para darnos una mayor amplitud de miras.