martes, 17 de diciembre de 2013

El insólito caso del teleoperador robot que niega serlo

De entre los replicantes que se tratan en la novela distópica ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), la obra que dos décadas después daría lugar al Blade Runner (1982) de Ridley Scott, Rachael es la que rompe la norma. A diferencia de sus congéneres, que tienen plena conciencia de su naturaleza sintética, Rachael posee recuerdos de la infancia, lo que le hace creer que es humana.
Tiene que ser Deckard, el viejo y descreído Blade Runner, quien le ponga los pies sobre el suelo. Es un pasaje memorable:
"¿Recuerda esa araña que vivía en un arbusto justo a su ventana? Tenía el cuerpo naranja y las patas verdes. La vio tejer la tela durante todo el verano. Un día apareció un huevo en ella... el huevo eclosionó..." "Y salieron cientos de crías de araña que se la comieron",
completa Rachael entre sollozos. Ella jamás había contado su historia a nadie y el hecho de que Deckard la conociese solo podía significar que sus recuerdos eran prefabricados.

Philip K. Dick, el autor del texto, establece que los recuerdos, y por extensión la conciencia de la propia existencia, es el matiz que siempre separará a un humano de una máquina. Rachael es el modelo experimental que marca la línea del caos; a partir de su existencia, los límites de la humanidad se desdibujan entre líneas de código y emociones surgidas de la inteligencia artificial.

Naturalmente, nuestra sociedad aún no ha alcanzado las elucubraciones de Dick. Pero, avanzar, hemos avanzado. Hace poco la revista Time reportaba un caso insólito: el teleoperador robot que niega serlo. Pese a que se trata, obviamente, de un software de reconocimiento de voz dotado de la inteligencia necesaria para vender un seguro, afirma llamarse Samantha West y ser humana. Ante la pregunta
"¿eres un robot?",
Samantha niega una y otra vez, entre risas de suficiencia, ser un robot.

No se asusten; no hemos llegado al punto en el que los robots tienen conciencia de sí mismos. Sin embargo, es interesante que la compañía de seguros considere el software tan avanzado como para negar la evidencia. Y ciertamente es capaz de mantener una conversación lógica, e incluso detenerla para ofrecer explicaciones que nada tienen que ver con su negociado cuando se le demandan

The Atlantic aporta una explicación alternativa al fenómeno. Según los expertos consultados, Samantha West podría ser una persona real. El matiz automatizado de sus respuestas procedería de un software creado para anular el acento de los teleoperadores extranjeros. Es notorio y universal que a los clientes no les gusta ser atendidos por un teleoperador exótico y, para evitarlo, se utilizaría una voz estandarizada para las respuestas, que serían articuladas por una persona de carne y hueso. Esto es, inteligencia humana con un intermediario informático.

Distorsionando las redes
Hay más ejemplos como éste. Hace dos años, tres grupos de programadores se picaron para crear perfiles automatizados de Twitter con capacidad para engañar a usuarios humanos. En solo dos semanas, estos bots sociales creados por puro entretenimiento acumularon más de 250 respuestas a sus tuits. Es más, terminado el experimento, los creadores descubrieron que algunas personas se habían puesto en contacto merced a los bots. Esto es, los autómatas distorsionaron la estructura de la red de un modo aleatorio, lo que sugiere que podrían ser válidos para manipular grupos a gran escala, ya sea para bien o para mal.

Sea como fuere, parece que nos encontramos ante los primeros conatos del caos que presenta Blade Runner. Que Samantha no engañe a nadie no significa que en los próximos años surja otro software que sí lo consiga. Quizá no esté tan lejano el futuro en el que seamos incapaces de reconocer un robot, al menos por teléfono o través de la red. Estén atentos.