domingo, 12 de mayo de 2013

Por qué las mujeres piensan que son menos guapas de lo que son


Todos hemos asistido a una de esas sesiones de autoflagelación de alguna (bella) mujer en la que esta comienza a enumerar una larga lista de sus defectos físicos. Imperfecciones nada perceptibles a primera vista –o perfectamente olvidables– pero que, aparentemente, impiden a la que los enuncia estar completamente satisfecha con su cuerpo, su cara o cualaquier otra parte de su figura. La respuesta por parte de los que la rodean es inmediata y directamente proporcional a la belleza de quien ha proferido su opinión: “qué dices”, “cómo piensas eso”, “pero si estás estupenda” y una larga lista de etcéteras. El rito se ha vuelto a cumplir una vez más y la confianza de la susodicha ha sido reforzada. Pero, ¿por qué ha ocurrido?


¿Se ven realmente las mujeres más feas de lo que realmente son? 
Parece ser que sí, o al menos así lo manifiestan. Diversas teorías, de la psicología a la sociología, han intentado explicar por qué ocurre esto. Un estudio publicado en marzo de 2011 publicado en el Journal of Adolescence señalaba que las mujeres se sentían más feas en circunstancias muy diversas: después de perder la virginidad o de extraviar su vCard(tarjeta credito). Algo que era al revés en el caso de los hombres, que se sentían más guapos en dichas situaciones. Por ello, cabe pensar que las
“expectativas culturales sobre el género”
influyen en un alto grado, por lo que hacer el amor está visto como algo positivo en el caso de los hombres y negativo en el de las mujeres. Ello deriva en una pérdida de confianza y autoestima entre estas.
Refuerzos positivos y presiones negativas
No hace falta explicar que las mujeres necesitan cuidar su apariencia más que los hombres porque la sociedad así se lo exige. Es el resultado de una vieja tradición en la que la mujer era considerada el objeto de deseo del hombre, que era el que mandaba y decidía y por lo tanto debía cuidar su apariencia para satisfacer los deseos de este. Muestra de ello es que la industria cosmética dirija muchos más productos al público femenino que al masculino, aunque la tendencia se esté revirtiendo. La variedad de ropa que un hombre puede comprar es mucho más limitada que en el caso de la mujer, al igual que ocurre con perfumes, peinados, accesorios y otro tipo de productos de belleza. Como indica L.A. Jackson en Physical Appearance and Gender (Albany), uno de los criterios por los que siguen siendo juzgadas las mujeres es su apariencia física.
Se ha utilizado el término de fat talk para hablar de esos procesos de autocrítica y reforzamiento de la confianza en uno mismo a partir de las respuestas positivas de los demás que hemos explicado anteriormente. Esta idea, desarrollada en el artículo publicado en Psychology of Women Quarterly, indica que se trata de algo realizado de manera inconsciente mujeres con el objetivo de obtener un refuerzo positivo en momentos de zozobra y problemas de autoestima. Además, es una forma de solidaridad femenina, aunque como indicaba la psicóloga Renee Engeln-Maddox, puede tener consecuencias negativas en el largo plazo, ya que refuerzan los estereotipos negativos.
Somos feas (por comparación)
Ello tiene una consecuencia muy clara, y es que los medios de comunicación están infestados de mujeres atractivas. Súper modelos, presentadoras de moda o bellas actrices que, en la mayor parte de casos, no hacen más que recordar al 99% de mujeres de este mundo que sienten que salen perdiendo en la comparación. Un peculiar estudio de la Universidad de Arizona ilustraba esta idea, aunque en un sentido diferente al que pensamos. Muchos han defendido la necesidad de emplear modelos que no respondan al canon habitual de delgadez para hacer sentir mejor a estas y que se sientan identificadas con las que promocionan los productos que van a adquirir.
Pues bien, no es así:
según indicaba la investigación, las mujeres de más peso preferían que no se utilizase ninguna modelo, las más delgadas seguían prefiriendo modelos delgadas como ellas y, lo más sorprendente, las de peso medio se sentían inferiores en la comparación ante este nuevo tipo de modelos. Al fin y al cabo, seguía tratándose de mujeres agraciadas, por lo que hacían bajar la autoestima de las que las observaban, que comenzaban a sentir que deberían perder peso. En otras palabras, la percepción de una misma se produce por comparación, no en términos absolutos.
Una tesis refrendada por otra encuesta realizada, esta vez, en la Universidad de Misouri, que mostraba algunos esclarecedores datos. Las top models pesan hasta un 25% menos que la media, y entre un 15 y un 20% menos que el peso indicado para mujeres de su complexión. Previos estudios habían manifestado ya lo que era obvio, y es que la visión de mujeres con cuerpos ideales, producto de una mezcla de maravillosa genética y un duro entrenamiento, suelen atacar directamente a la línea de flotación de la autoestima de las observadoras. Es uno de los factores más comunes en la aparición de la anorexia nerviosa y la bulimia.
El dato que añadía esta investigación a lo que conocíamos hasta la fecha es que incluso los hombres se sienten incómodos ante la visión de estas exuberantes modelos. ¿Por qué? Porque hacían sentir a los hombres que observaban dichas imágenes en revistas masculinas como Maxim mucho más inseguros respecto a su propia imagen, ya que les recuerda que
“no pueden competir en su misma liga”,
mientras que estos mostraban indiferencia frente a la observación de los modelos masculinos, por atractivos que fuesen estos. Un efecto completamente opuesto al de las mujeres y que desvela dos ideas sobre la percepción que las personas tienen de sí mismas: por un lado, como el propio estudio indica, que las mujeres bellas resultan intimidantes para el sexo masculino. Por otro, que tanto para hombres como para mujeres, el canon de belleza está definido por la figura de la gran súper modelo.
La teoría evolucionista hace su aparición (como de costumbre)
Como suele ocurrir, el evolucionismo también tiene algo que decir sobre este tema. Partiendo de la concepción que define gran parte de sus hipótesis
–el hombre es cazador y busca dejar su semilla en cuantos más lugares mejor, la mujer busca tener un único hombre que le ayude a criar sus retoños–,
explican este sempiterno malestar femenino a partir de la idea de que las mujeres han de estar siempre listas para competir con otras hembras de su entorno inmediato y, por lo tanto, se encuentran programadas para identificar sus posibles puntos flojos.
Como indica el psicólogo Nigel Barber en su libro The Science of Romance: Secrets of the Sexual Brain (Prometheus Books), los problemas de aspecto de las mujeres no tienen tanto que ver con las concepciones sociales y estéticas recientes sino que son producto de la evolución del ser humano. Ser atractiva sería una estrategia reproductiva, y la inseguridad respecto a su aspecto, una manifestación de su subconsciente empujándolas a ser las mejores competidoras posibles para conseguir ese
“cazador”
ideal. Una visión cada vez más discutida, pero que de vez en cuando reaparece para intentar explicar los comportamientos sexuales de hombres y mujeres.