viernes, 7 de septiembre de 2012

Rascacielos: ¿la mejor solución a los problemas urbanos?

Tras los atentados del 11-S, nadie apostaba un euro por el futuro de los grandes rascacielos, blancos fáciles de la ira terrorista e inquietantemente proclives a desplomarse. Pero no tuvieron que pasar muchos meses para que resurgieran proyectos de altura por todo el mundo. Luego llegó la recesión y volvieron a entonarse los cantos fúnebres.

Fueron, de nuevo, prematuros: según el informe del Consejo de Edificios Altos y Hábitat Urbano (CTBUH, por sus siglas en inglés), 2011 vivió una actividad frenética de construcciones en vertical: 17 flamantes inmuebles se incorporaron a la lista de los 100 más altos. Era el broche de oro a una década prodigiosa, pues en los primeros diez años del siglo XXI fueron erigidas 350 torres con más de 200 metros, lo que duplicaba el censo total de estos colosos urbanos.
Su ventaja innegable es que concentran a la población en poco espacio, lo que ahorra terreno, energía y desplazamientos.
"Cuanto más alto el edificio, más sacará ventaja de la economía de escala. Y si combinamos en él distintas funciones, podremos equilibrar las necesidades energéticas, generando un beneficio medioambiental".
Son palabras mayores, las de Norman Foster, autor de la que se considera primera ecotorre de la historia: la sede del Commerzbank en Frankfurt (1995). Cuenta con jardines colgantes y un sistema de ventilación e iluminación natural, entre otras prestaciones que han hecho escuela.
"Los rascacielos resultan un escenario ideal para la innovación. Como ocurre con los vehículos Fórmula 1, sus mejoras luego se incorporan en la construcción más masificada",
dice Javier Quintana de Uña, doctor en arquitectura por la Universidad de Navarra y autor del libro Sueño y frustración: el rascacielos en Europa, 1900-1939