jueves, 27 de febrero de 2014

Nuevas y revolucionarias ideas sobre la ciencia de la depresión

En su libro Escuchando al Prozac (Seix Barral, 1994), el psiquiatra de la Brown Medical School Peter Kramer hacía un alegato en favor de los fármacos antidepresivos, proclamando que la mejora y la extensión de su uso harían que la depresión fuera una enfermedad obsoleta. Desde entonces, y ya van 20 años, el debate en torno a la depresión ha girado alrededor de las luces y sombras de estos medicamentos, una herramienta que muchos consideran básica e insustituible, pero a la que otros culpan de impedir que la depresión se trate correctamente.
Y mientras, las cifras hablan por sí solas. Algo estamos haciendo mal, pues el porcentaje de personas que sufren depresión no ha parado de crecer en los últimos años. Según datos de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, en España la sufren unos seis millones de personas, en alguno de sus diferentes grados. Y no es un problema específico de nuestro país: el impacto de la depresión está aumentado en todo el mundo desarrollado.

“Si no hacemos algo diferente, podemos estar seguros de que todo el odioso discurso sobre los fármacos continuará monopolizando el debate, y no permitirá que exista una discusión real sobre los trastornos del estado de ánimo y el ánimo mismo”,
asegura el psicólogo de la Universidad de Florida del Sur Jonathan Rottenberg en su blog.

¿Es la depresión una cuestión de biología?
Rottenberg ha dedicado toda su vida profesional a investigar la depresión, un trastorno que él mismo sufrió siendo adolescente. En su nuevo libro, The Depths: The Evolutionary Origins of the Depression Epidemic (Basic Books), que acaba de publicarse en Estados Unidos, el psicólogo realiza un recorrido por las últimas investigaciones sobre el trastorno y llega a una conclusión: la depresión no es una enfermedad convencional, sino un problema evolutivo.

En opinión de Rottenberg, el auge de los tratamientos farmacológicos ha hecho que se trate a la depresión como un trastorno de raíz exclusivamente biológica. Esto, asegura, hace que veamos a la legión de personas deprimidas o exdeprimidas como gente
“rota”;
personas que, en la mayoría de los casos, necesitan asistencia médica a lo largo de su vida debido a que su cerebro es defectuoso.

Esta forma de ver la enfermedad, explica Rottenberg en su libro, fue creada con buenas intenciones, pero es “inexacta y denigrante”.
La depresión, como cualquier otro trastorno del estado de ánimo, tiene una base biológica, explica el psicólogo, pero no es una enfermedad como, por ejemplo, el Parkinson.

La depresión aparece cuando nuestra capacidad para gestionar las emociones falla y un bajo estado de ánimo se escapa a nuestro control. Desde un punto de vista evolucionista, las distintas emociones son mecanismos adaptativos que funcionan como garantes de nuestra supervivencia: las emociones positivas y negativas surgieron para que persiguiéramos de forma más eficiente las recompensas. Ahora que la supervivencia en nuestro día a día está asegurada, y no existen tantos peligros, es mucho más sencillo que las emociones negativas se abran camino, se intensifiquen y acaben provocando una depresión, que puede llegar a ser crónica.

Nuevas formas de entender y tratar la depresión
En paralelo a la publicación del libro, Rottenberg ha lanzado una campaña global que bajo el lema Come out of the dark (“Sal de la oscuridad”), busca concienciar a la ciudadanía sobre la depresión. La campaña tiene tres pilares: lograr que la ciudadanía se informe sobre la depresión y deje de ignorarla; ayudar a la gente deprimida a salir del hoyo y crear un ambiente en el que la gente hable con franqueza sobre la depresión y no se sienta obligada a ocultar su dolor.

Al psicólogo no le cabe duda de que se puede salir de la depresión siguiendo los pasos adecuados, pero si enfocamos mal su tratamiento desde un principio
–atiborrándonos de antidepresivos, por ejemplo–
es más sencillo que la depresión se cronifique. Y cuanto más se alargue en el tiempo más difícil es curarse.

Según investigaciones citadas por Rottenberg, una de cada tres personas que vive un episodio de depresión se cura de ella rápidamente. Es cierto que estos early improvers, como les llama el psicólogo, pueden recaer, y puede que tengan problemas menos complejos que aquellos que tardan más en salir de la depresión, pero su evolución a largo plazo es mejor que la de aquellos que van mejorando de forma gradual. Y esto se debe a que hacen lo que se debe hacer para combatir la depresión: practicar ejercicio, permanecer activo, mantener una agenda normal y, antes de todo, ir al médico y cumplir lo que este diga. Los fármacos pueden ayudar, por supuesto, pero en ningún caso el tratamiento de la depresión puede girar en torno a ellos, como ha ocurrido hasta ahora.

En una semana desde que afrontan la enfermedad estos early improvers empiezan a mejorar. No es que se curen en tan poco tiempo, siguen teniendo síntomas depresivos como problemas de concentración, sentimientos de culpa, insomnio y tristeza, pero experimentan algún tipo de felicidad y entusiasmo. En cuanto aparecen estas emociones positivas, explica Rottenberg, el paciente sólo necesita 6 semanas de tratamiento. Una posibilidad es que este cambio de humor afecte a la gente inusualmente receptiva a los fármacos, pero la otra, en opinión de Rottenberg más interesante, es que la aparición de emociones positivas crea en el paciente una espiral de recuperación que le permite buscar de nuevo las recompensas y beneficiarse de las cosas buenas de la vida.

En vez de esperar a que los investigadores logren diseñar una cura farmacológica a la depresión, lo que según Rottenberg es muy improbable, deberíamos ayudar a las personas que sufren a la depresión a hacer lo que realmente cura ésta: tener amigos, charlar, correr… En definitiva, vivir.